lunes, 12 de abril de 2010

En un workshop nacional sobre comunidades forestales

En las reuniones, los locales demandan mercados para sus productos*: mercantilización de la tierra y de la vida. Al mismo tiempo hablan de juntar esfuerzos para mejorar las comunidades forestales, agradeciendo al gobierno (a este gobierno) que les está dando tierras ahora (porque nunca antes nos han dado tierras en este país y ahora, este gobierno, nos las da).
También veo a este gobierno dando tierras a grandes empresas, 300.000 ha de tierras para explotar, muchas veces sobre las mismas comunidades forestales que este gobierno quiere tanto promover, impidiendo que las CF se establezcan legalmente y, por tanto, los locales puedan hacer uso del monte.

*(productos forestales no maderables)

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Las manos anchas como panes, dedos gruesos; las uñas como incrustadas y rodeadas de una renegrura que no se quita, que van con ellas de por vida.
Los pies anchos como manos, como pies que se hunden en la tierra y no sólo pasan sobre ella; que pertenecen al barro y al agua y al suelo. Uñas reventadas, agrietadas por el sol, el trabajo, el viento, la tierra, el calor, la libertad de los dedos al aire libre. El yugo del trabajo sin descanso.
(Para que sepáis mejor a quién me refiero, quiénes vinieron al workshop, echad un vistazo aquí)
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sábado, 10 de abril de 2010

Sobre las previsiones

Tengo que dejar Camboya antes de tiempo. Noticias buenas, y, de un día para otro, cambiar el billete de avión y acabar con este viaje en 6 días. Record.

Cerrar un viaje así es difícil y duro. Hacerlo tan de repente cuesta aún más... Despedidas prematuras (porque además, aquí son ahora vacaciones, y muchos se han ido ya a pasar unos días fuera... aunque esto tal vez me esté facilitando las cosas, realmente), hasta pronto a muchos y muy grandes amigos, a olores, sonidos, luces, sonrisas, colores, calores...

Siento que me quedan muchas cosas por contaros de todo esto. Algunas las tengo en el ordenador, otras en la cabeza. Otras en el corazón, que no cabrán en estos textos. Trataré de dejarlas por aquí, para que no se pierdan.


Y siento, también, que volveré algún día a esta tierra. A Camboya, este país simple, sencillo. Al que una vez dije cutre, con mis ojos
de occidental, de niña venida de otro lugar y que no comprende pero compara.


Camboya es un país sencillo, simple, llano. Sin magnificencias, sin
grandes paisajes, mutilado de cultura. Y, sin embargo
es, para mí, el más bello y más triste paisaje a la vez.

Es un lugar que ya forma parte de mí y del que no querría desvincularme en mucho, mucho tiempo.


Como me dijo un pajarito un día (gracias por tus palabras siempre):
Camboya no es cutre, es sencilla. Y en su simpleza es donde se encuentra su belleza.

Y tiene toda la razón del mundo.

viernes, 2 de abril de 2010

(sobre el tiempo)

Ayer avisamos a mi casera de que en un mes dejamos el piso. Uf!! Aún no sé si me iré a mediados de mayo o en una semana (París, es lo que tiene...), pero el hecho de finiquitar el contrato, de decir: "este mes te pago con la fianza, porque el mes que viene ya no estaré aquí", me hace sentir que mi marcha se aproxima realmente.
Llevo 8 meses en Camboya. A veces siento como si hubieran pasado años, otras que apenas llegué hace dos días.

El tiempo es elástico aquí. Los sentimientos, no.

Creo que nunca podré evitar esta sensación de no haber aprovechado el tiempo lo suficiente. Creo que el hecho de estar pendiente de una llamada de Francia que puede que me haga partir en una semana, me hacer ser aún más consciente de ello y estar apurando cada minuto, bebiéndome a sorbos (como diría Mauro) cada vaso que me ofrece este país, esta experiencia y, sobre todo, las personas que me rodean.

No sé si estoy preparada para partir. Pero bueno, al fin y al cabo, una nunca está segura al 100% de eso, no?

viernes, 26 de marzo de 2010

Flâner

Aún quedan casas de madera en Phnom Penh, en esta ciudad que tantas veces dije no es la verdadera Camboya (el 80% de la población vive en las zonas rurales), y sin embargo es parte tan verdadera de este país como el arroz o los niños.

Me gusta coger la bici de vez en cuando y pasearme, deambular por la ciudad, descubriendo calles, rostros, pasos.

De una de las grandes avenidas hacia el sur sale, perpendicular, una calle chiquita, tranquila, que recorro sin prisa aferrándome a la bici como si me mantuviera a salvo de no sé qué. La calle resulta ser un callejón sin salida, lo que me obliga a recorrerla de nuevo, permitiéndome observarla bien.

La vida en esta calle es tranquila, contrasta enormemente con la saturación de la avenida principal, en la que el tráfico de coches, motos, tuktuk, camiones y alguna bicicleta, asfixia. No, aquí la gente hace vida en la calle, se sientan en la puerta de sus casas, hablando, riendo, compartiendo. Una chica en cuclillas sostiene y acaricia una tortuga de tamaño considerable mientras dos chicas más la miran y charlan con ella. Una mujer cose en la planta baja de una casa. Un hombre se ocupa de un trocito de huerta, la mujer y los niños enredan en el patio delantero. Hay árboles, se oyen pájaros. Muchas de las casas son de madera. Niños que juegan y corren y ríen. Las casas son pobres (no las más pobres de Phnom Penh), sencillas, y hay cierta dignidad en esta pobreza, en este pequeño pedacito de ciudad. Y en la ciudad, la pobreza nunca suele ir acompañada de dignidad.

Respiro tranquilidad y vuelvo a la avenida saturada de tráfico para entrar en el siguiente callejón.

A la entrada de la siguiente calle (una calle circular) hay guardas de seguridad y varios tuk tuks de los que no me percato hasta la salida. Desde la entrada de la calle se ve un edificio enorme, una mansión que llama la atención por sus dimensiones y su diseño no excesivamente hortera, y a medida que avanzo comprendo que esta es una calle residencial de alta alcurnia, donde los muros que rodean a las mansiones compiten en altura, siempre dejando ver la grandiosidad del edificio que semiesconden. A medida que avanzo también me doy cuenta de que, de la mayor de las mansiones, asoman las cámaras de seguridad y ondea, impoluta, la bandera de la Unión Europea: el edificio no es una oficina, es una casa residencial. Me quedo sin palabras.

Esta calle también es tranquila: la gente hablando en las puertas abiertas de las casas ha tornado en guardas de seguridad aburridos, silenciosos, solitarios, que me miran al pasar. Una mujer (no asiática) hace footing en la calle, seguida por un niño rubio en bicicleta que debe de ser su hijo. La mujer sólo corre por esta calle: una vez completa la vuelta, comienza de nuevo. No sale de esta calle.

Sí, también Phnom Penh es Camboya... Una calle esconde, como reliquias, las casas de madera que abundan por el resto del país. La calle de al lado nada en la opulencia, dando cobijo a los representantes de nuestros países aquí... Esto es Camboya...

martes, 23 de marzo de 2010

Camboya me duele

Mire donde mire, hay injusticia.

Hay tantas cosas que me duelen estando aquí, que no son posibles aceptar y que sin embargo he tratado de esconderos...

Pensé que estaba siendo negativa durante mucho tiempo, que debía mostraros no solamente la parte mala de todo esto, que debía ser positiva en mi forma de mirar la realidad. Escribir un blog alegre, como el de Víctor o el de David o el de otros compañeros.

Y sin embargo, la realidad es que hay injusticia y pobreza en todas partes, que se traduce en cifras escandalosas en los informes de NNUU, y que son más fáciles de digerir bajo el aire acondicionado y el té con leche.

Pero salir a la calle y ver, y cuando digo ver me refiero no a mirar, sino a ver; entonces el corazón se encoge y hasta duele por los costados. Y me pregunto si hay alguna esperanza en todo esto, qué futuro les (nos) espera...

domingo, 28 de febrero de 2010

¡¡Kalán se ha ido!!

¡¡Kalán se ha ido, Kalán se ha ido!! Sí, el guarda de mis caseros ha dejado el trabajo, se ha marchado de la casa!!!

En Camboya más que en ningún sitio me estoy dando cuenta de la impermanencia, de que nada es eterno, de que todo cambia y, aquí, a una velocidad vertiginosa. Uno puede ir a un restaurante a comer casi a diario y comprobar que, en dos semanas, han cambiado las mesas o la cocina tres veces de sitio. O encontrar negocios que se cierran y se abren, o que se trasladan a otro punto de la ciudad. O que las personas cambian de trabajo de un día para otro, sin avisar con apenas antelación, y que raramente puedes despedirte.


Kalán me dijo el martes que el viernes sería su último día. Esa misma noche estuvimos hablando casi una hora en la calle. Llegó a este trabajo gracias a su amigo, que trabaja como chófer de mis caseros. El dueño de la casa es militar - de medio-alto rango, diría yo. La mujer es, como la mayor parte de mujeres camboyanas, una mujer florero -esta en particular fea y con mala leche- y la que, aparentemente, lleva las cuentas de la casa (también, por cierto, nuestro contrato de alquiler).

El trabajo de Kalán consistía, básicamente, en ser perro guardián de la casa: un trabajo de 24 horas que no le permitía moverse de la puerta excepto los viernes por la tarde, en que tenía descanso y dormía en su casa.
La mayor parte del día su vida transcurría detrás de la verja de la casa, en un espacio de unos 8 metros cuadrados, donde pasaba el día tumbado en una hamaca, o leyendo algo, o haciendo recados o saliendo del otro lado de la verja a charlar con las vecinas de enfrente. Sin moverse más de 10 metros de allí durante 6 días y medio a la semana. Por la noche, Kalán dormía también a la puerta de casa: en un camastro desplegable con un colchón fino y mosquitera. No sólo hay mosquitos y cucarachas en PP, también unas ratas enormes.

Por si esto es poco, antes de comenzar el trabajo, la dueña de la casa le dijo que el sueldo sería de 100 dólares al mes. Le han pagado sólo 70 cada mes.

Claro, se ha hartado y se ha marchado a por otro trabajo. De momento, me dijo, irá a la frontera con Vietnam a trabajar en un casino por unos días (los casinos en Vietnam están prohibidos, así que en la frontera hacen negocio) y a finales del mes que viene comenzará a ser el chófer de una mujer aquí en PP. A ver qué le depara el futuro...


Se ha ido Kalán, con quien podía hablar porque chapurreaba inglés, y porque tiene la paciencia suficiente como para hablar con una guiri más de 2 minutos. Ha sido mi primera despedida en Camboya, pero eso poco importa, porque la vida sigue a un ritmo frenético, y ya mis caseros ya tienen un nuevo perro-guardián en forma de hombre camboyano, que seguirá viviendo en 8 metros cuadrados hasta que su cabeza aguante.


Porque llega un momento que ninguna cabeza aguanta el estatus de semiesclavitud en que viven muchos camboyanos, sirviendo en las casas, sin moverse de ellas, aceptando una inferioridad respecto al empleador totalmente injusta y que recuerda a otros tiempos que jamás debieron existir y que, por desgracia, aquí siguen totalmente presentes y aceptados.

La cabeza de Kalán dejó de aguantar hace unos meses, y lo sabía por su mirada al otro lado de la calle desde detrás de la verja de la casa. Las veces que le vi mirar así, sus ojos no miraban sólo al otro lado: su mirada traspasaba las casas, y el colegio, y el patio de atrás del colegio y hasta las calles paralelas. Su mirada anhelaba ver más allá. Intuyo que no sólo más allá de la calle, sino de su propia vida, a pesar de la resignación con que la mayoría de la población camboyana acepta su destino.

(Kalán desde mi casa)

sábado, 27 de febrero de 2010

...y un funeral.

El otro día , lunes por la mañana, se murió un vecino, un señor de los que viven en las casas de enfrente, las del lado pobre de la calle. Así que estuvimos de funeral!!!

Vereis: aquí cuando alguien muere se prepara algo parecido a lo que se hace en las bodas: una carpa en medio de la calle (literal: las carpas suelen ocupar tanto que a veces no dejan circular el tráfico, ¡pero no hay problema!! porque esto es Camboya), con música durante todo (TODO) el día a todo trapo (que para eso la montan con unos altavoces impresionantes) y donde dan de comer a los invitados o allegados que se acercan a la celebración. Algo así:

Me enteré del acontecimiento estando en casa, cuando empecé a escuchar la música típica de los ovituarios camboyanos. Desde mi balcón tenía unas vistas estupendas (sobre todo del ataud vacío a la puerta de la casa), pero preferí bajar para ver todo más de cerca y, con un poco de suerte, preguntarle a Kanlá. Y hubo suerte, porque él estaba ahí abajo, como siempre.

En Camboya los funerales suelen durar tres días, y se vela el cuerpo en las casas (sin importar el calorazo que hace siempre). Suele haber una música muy característica (música tradicional jemer, interpretada casi siempre por un tipo de xilófono muy grande y a veces violín de una sola cuerda) que suena desde las 5 de la mañana hasta las 8 de la noche, sin parar. Un monje va a la casa y pasa toda la jornada allí, rezando, poniendo incienso, y no sé qué más, mientras que los allegados se sientan en las mesas que la familia pone bajo la carpa, para comer como está mandado.

Kabnlá me estaba explicando que el cuerpo no da olor porque lo lavan con té, cuando 6 personas sacaron al muerto para meterle en el ataúd, allí mismo, en la calle, a la puerta de casa. El cuerpo era el de un señor viejito y de cara arrugadísima, que estaba más tieso que la mojama. Nadie lloraba, y un chico le hacía fotos en el momento de meterle en el cofre: es bastante común acabar colgando en el salón de casa este tipo de fotos.

Acto seguido, las que serían sus hijas o sus nietas (estas sí, llorando) empezaron a meter toda la ropa del hombre en el ataúd. Acabaron cubriéndole la cara con un paño rosa fucsia. Después, entre muchas más personas, empezaron a arrojar sobre el cuerpo del viejito papeles dorados y plateados, cuyo significado no supo explicarme Kanlá (imagino que tendrá algo que ver con que lleve riquezas en su próxima reencarnación). Finalmente acabaron cubriendo el ataúd (ya no recuerdo si con paños blancos, además de con la tapa) y lo metieron en la casa (a medida que escribo me doy cuenta de todo lo que tendría que explicar para que comprendáis la situación). El chico que hacía fotos guardó la cámara y se sentó a aguardar la cena.

No quise ver más, y al día siguiente, al pasar por delante de la casa, vi que sobre el ataúd tenían algunas velas, y en la parte delantera una foto del fallecido de cuando no estaba arrugadito, y algunas flores. La música, las mesas, y el ataúd siguieron en el mismo sitio durante tres días. Y durante los tres días el ambiente era el mismo: muy tranquilo, sin lloros, como de reunión familiar sin pesares, aceptando lo que sucedía de manera natural y cotidiana.

La segunda noche, al llegar a casa, Kanlá estaba sentado en una de las mesas jugando a las cartas con algunos de los asistentes al velatorio. Me senté con ellos un poco, pero con mi nivel de jemer y su concentración en las cartas, la situación era un tanto rara, así que decidí marcharme. Por eso, y porque detrás de mí estaba la familia del muerto mirándome como el que ve a una gallina haciendo buceo. Vamos, que no pintaba nada allí.

Cuando volví del trabajo el miércoles ya habían desmontado el chiringuito. Por un momento eché de menos el ambiente musical y de despedida. Me pregunto si, al final, le habrán enterrado o incinerado.

martes, 26 de enero de 2010

enero?!

Mira que yo soy amiga del frío, de las de qué alegría con mis manoplas y mi gorro y mi abrigo de caperucita roja, y de me cago en el calor que hace cuando hace calor...

Pero esto de volver a casa a las 10 y media de la noche con la bici, en camisa con los hombros al aire y en pantalón corto, con una brisita cálida que te acompaña lo justo para no sudar, lo justo para que no te entre ni un pelín de frío, la verdad, es una gozada. Es como esas noches de julio en Valladolid. Solo que en pleno enero, en Phnom Penh. Mola.


(Todo tiene sus dos caras, y la consecuencia más inmediata en mí, con este clima, es que tengo que mirar el calendario varias veces al día porque se me hace difícil creer que es enero!!!)

lunes, 25 de enero de 2010

Domingo, paellas y Mekong

¿Qué hace una panda de españoles cuando se reúnen en la otra punta del mundo...? Pues, como no podía ser menos, comer bien (muy bien), echarse unas risas, bailoteos por todos los lados y pasarlo en grande!!!

Contextualizo: durante los tres meses de verano (mi primera parte en Camboya) tuve la suerte de pillar la época en la que aún nos reuníamos a comer en casa de Yolanda, una mujer medio tica medio valenciana que hace unas paellas, fideuás, escalibadas y demás manjares de chuparte los dedos.


Como la comunidad española en Camboya va creciendo, pero no su casa, decidimos reunirnos ayer todos de nuevo para comer. ¿Dónde? Pues en un barco de dos pisos de los muchos que se alquilan en PP para pasear por el Mekong. Nos juntamos más de 30 personas, la mayoría españoles, más una italiana, un argentino, una malaya, un danés, tres camboyanos, una japonesa, un tico, la niña fruto de ambos, dos niños mitad jemeres mitad españoles (a partir de ahora, mis sobris, jaja)... ¡y hasta el embajador en misión espacial, vino!! En fin, un batiburrillo de gente de lo más simpático y diverso, que por unas horas se fundió en una armonía, alegría y diversión increíbles.

Por supuesto, además de comer y beber unos mojitos estupendos sin ron (el equipo bebidas nos olvidamos al hacer la compra de que los mojitos llevan ron, ja ja), acabamos bañándonos en el Mekong (mi segunda vez ya, pequeños) en mitad del río, tirándonos desde la borda (y hasta del segundo piso del barco, ni me lo creía, campeona que soy!!!) y trepando cual piratas huyendo de los tiburones para volver a bordo. ¡Tremendo!

Y cuando parecía que la diversión no podía ser más, el baile empezó a ganar fuerza, y cual corrillo gitano, acabamos más de una decena de españoles bailando rumbita y flamenquillo pachanguero... qué pasada ver bailar a Rocío, una de las chicas que ha bailado flamenco en una compañía profesional!!!!

Fue un día genial, tan especial y divertido, que me evadí por completo de todo. Os juro que no sabía decir dónde estaba, y al ir llegando a puerto y ver de nuevo el Riverfront de PP, recordé que estaba aquí, en Camboya, en Phnom Penh, en el culo del mundo... Fue impresionante.


Con permiso de Nicolás y para que veáis un poquito cómo fue este domingo, echad un vistacillo aquí:

http://www.flickr.com/photos/22728485@N05/sets/72157623279262468/show/

Y lo que ya es inenarrable es el fin de tarde que tuvimos en casa de un par de compañeras, en su patio, con las guitarras y el cante. Porque Jose, el maestro guitarrero, toca genial. Pero cuando Belén agarró su guitarra y empezó a cantar flamenco, ahí pensamos todos: ¡¡¡que no se acabe este domingo!!!

domingo, 3 de enero de 2010

Descubriendo

Como una ha pasado aquí ya ...ostras! 5 meses!! resulta que se acostumbra a ver cosas que al principio eran chocantes y ahora son ya el pan nuestro de cada día: que si las motos con 3, 4 ó 5 personas a cuestas (hasta 7 he llegado a ver, churumbeles incluídos, of course) que si el tuk tuk lleno de monjes hasta la bandera, que si las furgonetas a reventar con motocicleta incrustada entre los bultos y maletas...
Pues bien, entre tanta "normalidad" camboyana (inexplicable si no es a través de imágenes, porque es alucinante), hoy por la mañana me he encontrado con esto en Kampot:


El niño en cuestión iba vendiendo un líquido contenido en esos recipientes (que son, por cierto, la caña del bambú quemada). Como ni mi amiga Siiwe ni yo teníamos ni idea de qué era, nos hemos acercado a husmear. Por supuesto, mirar no nos ha dado ninguna respuesta (¿es gasolina? me ha preguntado Siiwe. La pregunta era muy lógica, que conste: lo de cómo se vende aquí la gasofa es también digno de ver. En todo caso, tras el olisqueo comprobatorio, la opción combustible ha quedado deshechada).
Dada la creciente intriga, y armándome de un valor insospechado cual tío viajero de Fraggel Rock, me he puesto a hablar con el chaval primero, y luego con la mujer, para tratar de averiguar qué era el misterioso líquido. Como mi jemer aún no da para mantener una conversación de más de tres segundos y la mujer se ha percatado pronto de ello, al final ha optado por sacar un vaso y darme a probar.
No puede ser gasolina, porque esta mujer no tiene pinta de asesina -me he dicho- así que sin dudarlo un instante más (vamonooos!!!) ha ido todo p'adentro. Resultado?: el niño vende agua de coco metida en bambú quemado, lo que le da un saborcillo a ahumado que no tiene nada que envidiarle al mejor chorizo de Cantimpalo. Agua de coco ahumada. Hormiga incluida. Y tan ricamente.

viernes, 1 de enero de 2010

2009 se acaba... viva el 2010!!!

No recuerdo cómo comencé 2009... (la mala memoria es lo que tiene, que no el alcohol, ojo!).

Sé que ha sido un año repleto de cosas muy muy buenas (Aficionados, Los pescadores de perlas, las prácticas del posgrado...) y también otras muy duras (decir adiós a Ricardo, nuestro profesor de teatro y mucho más).
Lo que no sabía es que despediría el año así, ¡en Camboya, sentada en la terraza de mi piso en PP, bajo una luna llena espectacular y enfundada en un vestido veraniego que me regaló mi abuela años atras!!!

Desde luego, la vida es un regalo que hay que aprovechar.

¡¡Os deseo que este 2010 sea un año pleno, lleno de sorpresas y alegrías, y mucho más justo para todos!!!
Por un 2010 de cine, y sin guión escrito para el final. ¿Cómo terminará?
...Salud!