martes, 1 de diciembre de 2009

Noche del 1 al 2 de diciembre

Es una noche tranquila. Apenas sopla el viento, pero la temperatura es muy agradable. 25 grados, tal vez. Hay luna llena que colorea de grises las nubes sobre cielo azul oscuro, marino. De vez en cuando pasa una moto. Con mucha menos frecuencia, algún coche.

De fondo se oye la música del retaurante que hay al otro lado del mercado. Guitar d'amour. Ha renovado parte del edificio y el letrero; ahora luce sobre la techumbre de la entrada con lucecitas rojas y naranjas: Guitar d'amour. También se oyen los grillos.

El guarda/criado de mis caseros ha salido a tomar el aire. Mira a un lado de la calle, luego al otro. De nuevo al uno y luego al otro. Avanza dos pasos y se sienta "a la camboyana" al borde de lo que sería una acera. La noche es tranquila.

Pasa una moto. Una chico conduce una bicicleta, el bolso en la cesta sin atar al manillar, con la correa colgando por fuera. Una ráfaga de viento hace sonar los tejados de uralita de las casetas del mercado. Un letrero que cuelga de una de las casas de enfrente, se agita.

El criado se incorpora, mira de nuevo hacia ambos lados de la calle, y comienza a cruzarla. Se dirige hacia el rincón que sirve, durante el horario en que está abierto el mercado, como aparcamiento de motos y alguna bicicleta, y a partir de las cinco como basurero. Antes de ocultarse en el rincón mira de nuevo hacia uno de los lados. No viene nadie, y se lleva las manos hacia la bragueta: va a mear.

De vez en cuando ladra un perro, de vez en cuando se oye parte de alguna conversación camboyana. Aún hay gente en las puertas de las casas. Los niños de la esquina sureste están aún en la calle: son los únicos que siguen levantados a esta hora.

El criado vuelve a cruzar la calle, con paso aún más tranquilo, levantándose la camiseta hasta los hombros. A ras de suelo, la brisa apenas se nota. Va a dormir. Dos motos pasan juntas, en paralelo -van juntas: dos personas sobre una de ellas, sólo el conductor en la otra. En la esquina SW, el pequeño puesto de comida sigue haciendo negocio, y un cliente conversa con el o la dueña. El conductor solitario de la moto se quita el casco en marcha y lo pone en la cesta; los otros dos no lo llevan. Sí llevan las luces dadas, en cambio. A lo lejos viene caminando una pareja cogida de la mano. Poco a poco, el sonido de los tacones de ella se va haciendo audible sobre el fondo de grillos y del Guitar d'amour.

El vigilante del colegio se acerca a los tuktuk que hay aparcados en el patio. En una mano lleva una linterna con la que ilumina su interior: comprueba que no hay nadie dentro. En la otra mano, una porra. Alguien barre la acera mientras dos mujeres se despiden -owkún charán; cháa, owkún bong.

Una moto no arranca: persisten los intentos. Una chica pasa en bicicleta, más rápida que el chico anterior. Lleva algo dentro de una bolsa de plástico en la cesta, sin atar al manillar. En sentido contrario, un hombre conduce otra bicicleta, que arrastra un carro donde va acumulando el plástico y metal que recoge por las calles. A rachas, el viento hace más audible la música del restaurante. Un gato se revuelve y maúlla quejigoso sobre los tejados de uralita. Las luces de dos de las torres en construcción brillan como faros. La moto arranca, los chicos lo celebran con alguna exclamación y se van.

Poco a poco, va quedando menos gente en la calle, y las pocas conversaciones que aún sobreviven son apenas audibles. La frecuencia de paso de automóviles es mucho menor que hace cuarenta minutos, y la mayoría de los que pasan no lo hacen por esta calle; su ruido forma ahora también parte del fondo, junto con los grillos y la música del Guitar d'Amour. A esta hora en que la mayoría duerme, hay algo que se parece al silencio en Phnom Penh.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Sucedió en Phnom Penh

En Camboya suceden muchas cosas, buenas y malas. Lo que os cuento sucedió esta misma tarde, cuando iba de camino a clase, en bicicleta.

Desde que me robaron, no dejo de ir con la mosca detrás de la oreja siempre que voy con la bici. Especialmente si es de noche, aunque sean sólo las 18:30. Así que una tarde más: dinamo en marcha, visión panorámica de vaca en cada cruce y una ojeada hacia atrás cada vez que escucho una moto más de tres segundos detrás de mí.

Dos calles antes de llegar al cruce que me llevaría a mi destino, escuché un ruido prolongado detrás de mí, casi al mismo ritmo. Siguiendo la lógica de mis obsesiones, miré hacia atrás. Esta vez era una chica, muy joven, que, además, iba en bicicleta como yo. Por supuesto, al mirarla, me sonrió: los camboyanos, y especialmente las camboyanas, tienen una tendencia especial a sonreir a los guiris, o al menos al sector femenino, o al menos a mí.

Por primera vez, una chica camboyana me adelantaba en bicicleta. Mientras pasaba a mi lado, estuve tentada de saludarla. ¡Qué rápido vas! -pensé en decirle. Pero tendría que decírselo en inglés, seguro que apenas habla inglés, pensé, qué rabia que mi jemer no haya mejorado aún hasta este punto, pensaba, mientras la chica ya me adelantaba y me sacaba un cuerpo.

Y siguiendo pedaleando ensimismada con mis pensamientos y mis frustraciones, de repente, vi que la chica deceleraba y se ponía de nuevo a mi altura.

- Hello Miss, do you want one? -ofreciéndome un mango que acababa de sacar de la cesta.

- Erhm, but...-es todo lo que fui capaz de responder.

- Do you want? Because there is no problem, I have two, so you can take this -mientras seguía pedaleando, y sonriendo.

- Erhm... well... but... erhm... yyyyesss, thank you very much! -entonces el mango pasaba de su mano a la mía, mientras pedaleábamos por la 63, de noche, sonriendo.

- Thank you very much! Bye bye!

- Chaa. Bye bye -sacándome, de nuevo, un cuerpo.

Estas cosas sólo pasan en Camboya. Aún sigo con cara de felicidad.

martes, 17 de noviembre de 2009

Cambios

Durante los tres meses que estuve en Camboya en mi anterior estancia siempre pensé que no había cambios estacionales por estas tierras. El verano iba pasando (llegué en julio) y tenía que mirar el calendario varias veces para darme cuenta de que septiembre llegaba a su fin: no hubo cambio de color en las hojas de ningún árbol, los días no eran más frescos, ¡ni siquiera anochecía antes! ¿Cómo podía ser consciente de que en Europa llegaba el otoño? Es cierto que llovía algo más que en los dos meses anteriores (las trombas de agua duraban una hora más) pero, al fin y al cabo, es lo que se espera de septiembre, ¿no?

Sin embargo, al regresar a Phnom Penh, me he percatado de algunos cambios alrededor.

El primero de ellos fue la luz. Nada más aterrizar, a las 9 de la mañana, y durante el trayecto entre el aeropuerto y mi casa, veía las calles, las motos, el polvo, la gente, los kromas... cubiertos por una luz distinta, y un cielo más despejado de lo habitual en los meses previos. Es difícil describirlo, pero era (ahora ya no lo percibo) una luz más anaranjada, como de atardecer temprano.

Ya instalada en casa (mi casa, la misma que dejé en septiembre), he podido comprobar estas semanas cómo el sol se adentra mucho más en la terraza que antes; es decir, que la luz incide de manera más oblicua, lo que se traduce en que ahora todo el suelo de la terraza quema hasta las 7 de la tarde, o más, si el día es especialmente caluroso. Y también resulta que anochece -todavía- antes: a las 6 de la tarde Camboya se queda a oscuras. ¡Menos mal que mi calle tiene farolas!

El segundo de los cambios tiene que ver con los edificios. Me refiero a los que se ven desde mi casa porque son en los que más me fijo, pero esta apreciación es extensible a toda la ciudad. Los edificios han crecido más de un par de pisos desde que me fui, léase un mes y medio: ahora veo muchos de ellos claramente asomarse por detrás de los de mis vecinos, especialmente por la noche, porque encienden unos focos potentísimos para seguir trabajando a oscuras (y con la fresca si el día lo permite).

Es impresionante ver cómo en tan sólo 6 semanas la casa que estaban construyendo en la 57 está terminada y pintada todo el exterior. O ver cómo las torres de Norodom han crecido por encima del palacio de la esquina y, despistada que es una, darse cuenta de que no son tres, sino cuatro las que están levantando. Por no hablar de esa magnífica torre en Sihanouk Blvd. que, palabras camboyanas, va a tener 40 pisos y cuyos focos de trabajo nocturno ya se cuelan en mi habitación para alumbrarme las noches. Impresionante. Pero sin duda lo más llamativo de este auge urbanístico es la desecación del lago Boueng Kak, el más grande de la ciudad, para vender el suelo a empresas constructoras.

Si el cambio de la luz se debe a la posición actual de la Tierra respecto al Sol, esto de la construcción, por doquier y a velocidades de vértigo, debe de ser producto de eso que llaman desarrollo. No quiero ni pensar cómo va a ser de bonita esta ciudad cuando acabe de desarrollarse.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Días libres: un nuevo punto de vista


Como creo que os comenté, el pasado fin de semana estuve en Kep, pueblito costero cuyo mayor mérito es tener a 20 minutos en barca una isla estupenda.
Para no aburriros -y porque los detalles vendrán en otra entrada- os resumo el par de días que pasé por allí con una imagen. Conste que no es por dar envidia, eh? (más bien ánimos para el que quiera venir, que sepa que esto también son vacaciones en Camboya).

jueves, 5 de noviembre de 2009

Starting out

meta name="GENERATOR" content="OpenOffice.org 3.1 (Win32)">

Ayer por la mañana fui por primera vez a mi ofi, por fin, después de tres días de asueto y jet lag no muy mal llevado. Me he reunido con el boss supremo de la oficina de la FAO en PP, un tío imponente, que en 10 minutos me ha despachado con un resumen bárbaro de lo que quiere que haga en estos seis meses que se avecinan. Cómo habla, el tío.

Me ha dado tal cantidad de nombres, siglas, acrónimos y lugares, que casi se me olvida respirar. Parece que voy a tener mucha tarea: quiere poner las pilas a Camboya en reducción de emisiones por deforestación y degradación forestal (http://www.un-redd.org/). La pregunta, a continuación, fue: Bueno, tú eres forestal, ¿no? (Rebeca, ni media mueca que te conozco) Sí (hace unos añitos que terminé de estudiar, pero, ¿qué importa eso??) Y qué, has hecho recientemente un master en... bosques, ...o temas relacionados, ¿no? (ahí ya casi me da algo...). No, el posgrado (no lo llamo máster aunque me paguen, para no confundir a nadie) el posgrado, decía, es de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

¡Anda, pues mira!, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid -palabras textuales, of course- y que además eres de allí, a ver si te pones al habla con la cooperación española, porque aún no ha dado de paso un presupuesto majísimo para un programa maravilloso sobre comumidades forestales en el NE de Camboya.

Pues eso, que en breve, me entrevisto con la Soraya sobre la jungla camboyana. Si no, al tiempo.

(Después de todo esto, una se pregunta qué c... hace aquí: ¿árboles? ¿ingeniería? ... ¡yo, toda una aficionada, digo voluntaria!!!! Madre mía, qué cacao.)

lunes, 2 de noviembre de 2009

¡Queda inaugurado este blog!

Ventanas sobre Camboya, en la medida de lo posible, para que se asome todo el que quiera.
Chascarrillos varios, alegrías, rabietas, preguntas sin respuesta y más, también. Para estar más cerca.
Besos a todos!!!